Somos conscientes del impulso que anida en cualquier forma de existencia, aunque sólo sea un indistinguible pulso tratando de latir en un ambiente hostil. La vida sólo tiene un objetivo: seguir siéndolo; de ahí que exista una tendencia de opinión muy generalizada para favorecerla, ya sea en forma microscópica, vegetal, animal o humana gazatí. Bueno, sobre esta última hay gente que tiene dudas.

No hace mucho que la Corte Suprema del estado de Alabama ha aprobado una sentencia mediante la cual se eleva a los embriones congelados directamente a la categoría de bebés. Esto, como es lógico, lleva implícitas serias responsabilidades si, por ejemplo, el sistema de energía cayera y hubiera un apagón, si se produjera un seísmo y las muestras sufrieran un proceso de destrucción o si, ante una eventual manipulación disruptiva, padecieran un lamentable accidente. Obviamente, todas estas posibles desgracias –dios no lo quiera– implicarían un homicidio, ya que se trata del asesinato de verdaderos humanos, como si fueran seres con vida autónoma e independiente.

Esto me lleva, una vez más, a retrasar el concepto de aborto al momento mismo en el que un individuo varón se practica una masturbación y envía a ¡millones de espermatozoides! a una muerte segura, con el agravante de intencionalidad y hasta de regocijo. El onanismo masculino debería ser un crimen, al menos en Alabama.

No sé si también saben que este estado abandera la pena de muerte –me refiero ya a personas, no futuribles como los embriones, sino nacidas, con identidad, mente, sentimientos, consciencia…– y que, en la actualidad, hay unas 165 esperando en el corredor para ser ejecutadas. Tantas, que significan un coste tan elevado, que han probado con un nuevo método: la asfixia con nitrógeno –unos pioneros–, precisamente con un reo que ya había sobrevivido a un anterior intento de ajusticiamiento que no prosperó, porque no le encontraron la vena.

Pero, claro, en USA no se considera que el acceso fácil a las armas tenga nada que ver con las estadísticas de asesinatos, al igual que tampoco son interesantes las cifras que apuntan a que la mayoría de los condenados a la pena máxima no sean blancos, que existan porcentajes importante de presos con enfermedades o retraso mental, que se haya comprobado su inocencia demasiado tarde y que, desde luego, estas condenas no influyan en absoluto, en una rebaja de los homicidios.

En fin, ahí tenemos lo que a mí me parece una controversia –por no coger lucha tontamente y decir otra cosa– y yo me pregunto cuándo los movimientos provida van a reivindicar las vidas ya existentes y no las hipotéticas. Vamos, por empezar de alguna manera desde la realidad, digo.

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