En definitiva, oligarquía

Es como si la inteligencia no estuviera disponible más que para el dictado de los mandarines

Se está poniendo de moda de un tiempo a esta parte escudriñar en el pasado de las personas, no tanto con el interés puesto en la valoración de su calidad humana, cuanto en el afán por encontrar el modo de destruirlas. La política y el periodismo no sólo se desarrollan en paralelo, sino que se enzarzan y se envuelven en una sinergia que avanza y se retroalimenta de la salsa de sus propios discursos. Por eso tenemos que poner mucho cuidado en los periódicos, dado que no se puede contar con que ese cuidado se ponga en la política, contaminada como está por el partidismo y el inevitable gobierno de una minoría dominante, en la organización interna de los partidos. La democracia es un concepto límite, un horizonte; en sentido estricto, la democracia es un sistema ilusionante e inalcanzable.

Obsérvese la ceguera intelectual que producen las adhesiones supuestamente ideológicas. Me refiero a la sumisión del individuo al dogma establecido por el grupo. Un sector importante del electorado no lee, si lee, ni escucha, si escucha, ni ve, si mira, más que a las personas o a los medios que ensalzan a los afines y arremeten contra los ajenos. Es como si la razón se hubiese quedado bloqueada en un solo sentido y la inteligencia no estuviera disponible más que para absorber el dictado del clan de los mandarines. Con frecuencia uno se pregunta hasta la estupefacción por el protagonismo político de individuos que no serían nada en ámbitos de competencia y productividad. Están ahí, donde están, como consecuencia de una actitud de psicosis colectiva, de pérdida de pensamiento crítico y de capacidad de discernimiento, generada por una minoría dominante.

Recuperando una reflexión debida a Guglielmo Ferrero, Dalmacio Negro escribe: "El poder recae siempre en manos de una pequeña minoría fuertemente organizada e integrada exclusivamente por sujetos individuales o, todo lo más, por pequeños grupos. En esto estriba (…) el secreto que le permite habitualmente imponerse con asombrosa facilidad". Lo hace a propósito de un interesante estudio del ensayo legendario de Robert Michels: Los Partidos Políticos, publicado en Alemania en 1910 y siempre vigente. Michels formula la llamada "ley de hierro de la oligarquía": "La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía".

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