Un agujero negro

A uno se le ocurre pensar si no será que la tensión de los extremos convierte a la razón en un espacio inhabitable

Desde hace unos días, en la que fuera flamante sede de Ciudadanos, en Madrid, frente a la espectacular plaza de toros de Las Ventas, un cartel de “disponible” anuncia al viandante que ya no está en uso. El letrero me sugiere que además del edificio, también está disponible el espacio político que deja vacante su inquilino. Le hice una fotografía y se la envié a una amiga que había sido portavoz del Partido en mi barrio madrileño de Chamartín. “¡Cuánto trabajo para nada!”, me contestó. En realidad, me dije, más que el edificio lo que está disponible es el habitáculo de un partido social-liberal que guarde respeto al diferente, crea en la dignidad del hombre y proteja a los débiles y a los menos favorecidos, un partido de Estado que sepa distinguir entre los intereses generales y los de grupo; en el que las oligarquías no tengan posibilidad de prosperar.

El centro de un círculo es un punto y como tal tiene dimensión cero. Pero un origen trazado sobre una recta tiene izquierda y derecha. Si prescindimos del simbolismo que supone situar los negativos a la izquierda y los positivos a la derecha y evitamos la sospecha que suministra la derivación gramatical que permite llamar siniestra (sinistra) a la izquierda y diestra a la derecha, diríamos que lejos de los extremos, está la claridad del encuentro.

Un poco de allá y otro poco de acá, más o menos los mismos pocos y con el mismo peso para no provocar la pérdida de ese equilibrio si dotáramos a la recta, que es una figura abstracta, de sustancia. Pero en la esfera de lo político, el centro en España es poco menos que un agujero negro que atrae a un abismo por el que todo cuerpo doctrinal que se acerca, se precipita. Recordemos al Partido Social Liberal Andaluz de Clavero Arévalo, al Partido Reformista Democrático de Roca Junyent y Garrigues Walker –del que sería secretario general el hoy presidente del Real Madrid, Florentino Pérez Rodríguez–, a la Unión de Centro Democrático y al Centro Democrático y Social de Adolfo Suárez González, a la Unión Progreso y Democracia de Rosa Díez González y al mismísimo Ciudadanos de Albert Rivera Díaz. Esto por no entrar en menores, que haberlos, haylos. Ante esa vacante, tan sugestiva pero tan peligrosa para el futuro de propósitos y pareceres, que tantos y tantos se ven obligados a abandonar, a uno se le ocurre pensar si no será que la tensión de los extremos convierte a la razón en un espacio inhabitable.

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