Yanitos ¿para qué os quiero?

Bueno está que nos tengan por pobres locos, pero no debieran insistir tanto en que lo seamos

Las complicidades del Gobierno de Sánchez con la oligarquía yanita, no son diferentes de las que guarda con separatistas y con elementos residuales del terrorismo que sufrimos en España durante años. En todos los casos sugieren la vigencia de razones ocultas que escapan a la imaginación más atrevida. El PSOE ya casi no tiene una inicial válida en sus siglas. Ni siquiera la P de Partido, porque para serlo tendría que tener muy clara la diferencia entre una cuestión de Estado, compatible con los supuestos que emanan de su axiomática ideológica, y la defensa de los intereses de grupo. Y no es ya que no la tenga clara, sino que no hay el menor síntoma de que sus próceres y la cohorte de deudos que les acompañan, asuman la necesidad de conocerla y de evidenciarla. A estas alturas, salvo indiferencias e ignorancias, debiéramos ser conscientes, los que mantenemos cierta capacidad para razonar, que lo que pretenden los yanitos es mantener sus privilegios más allá no ya de lo sostenible, sino evitando que su realidad los erosione: británicos para unas cosas y europeos para otras, a pesar de que voluntariamente hayan optado aquellos por no estar entre estos.

En Gibraltar, la población civil es el escudo de un enclave militar en el que aquella no pasa de ser algo que está ahí y que se significa en tanto en cuanto dé de sí su subordinación. Ello implica la derivación de determinados privilegios excepcionales; permisividad fiscal, tolerancia financiera e impositiva, sociedades interpuestas y otros recursos que por sustentar una situación anacrónica, suponen un desequilibrio ineludible con el entorno. El transcurso del tiempo y las debilidades y miserias de la naturaleza humana han creado un totum revolutum fuertemente enmarañado, que hace prácticamente imposible una solución razonable. Europa no puede tolerar una colonia militar ajena, imbricada en su territorio como si tal cosa, y el gobierno de España no debiera consentir el mal endémico que induce la convivencia con unos vecinos que no pretenden otra cosa que parasitar al norte y al sur, y de lo que se le ponga a su alcance. Eufemismos como el de “prosperidad compartida”, que no nos explican porque no tiene explicación, convendría ir dejando de emplearse; por dignidad. Bueno está que nos tengan por pobres locos, pero al menos no debieran insistir tanto en que lo seamos. Ya sabemos que de lo que se trata es de marear a la perdiz para ganarse el sueldo.

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