Toros en San Roque

Mientras el alcalde le daba la vuelta al ruedo en los altos de la plaza, a Escribano le indultaban un toro

El pasado año, en Algeciras, en la primera de feria, se abrió una puerta por sector y las colas formaban en ancho y largo, una pista para asarse al sol, mientras la hora de comienzo de la corrida se acercaba inexorablemente. Los acomodadores habían desaparecido y el primer toro debía estar preguntándose por su porvenir cuando el reloj de la plaza marcaba diez minutos más de lo previsto para el paseíllo. Este año, en La Línea, se trató de impedir, por la empresa, el acceso a la plaza de la periodista acreditada y del fotógrafo de Europa Sur, en un gesto bananero propio de caciques de tres al cuarto.

En fin, ¿qué les voy a contar a los aficionados?, sobre todo a los que asistimos a veinte o treinta citas al año y vemos tantas cosas. Bien que como dice el gran sanroqueño Paco García Trevijano, Madrid es Madrid. No parece posible que pase en Las Ventas, que con más de noventa años de vida es la plaza de toros más importante del mundo, lo que sucedió una semana atrás, este 11 de agosto, en nuestra querida ciudad de San Roque. Los sanroqueños están habituados al exhibicionismo del alcalde y al servilismo de sus acólitos, pero la imagen del corregidor estrechando la mano a los mayores que acudían subvencionados era, ya de por sí, eso, un espectáculo que su fotógrafo anexo se ocupaba en perpetuar para befa de las generaciones venideras. El acceso a la plaza fue un tormento y los acomodadores parecían no saber distinguir entre el precio de la entrada y el número del asiento. No fue fácil, pero logramos entrar y acabamos sentándonos donde pudimos con independencia de la localidad adquirida.

Mientras el alcalde le daba la vuelta al ruedo con su fotógrafo en ristre, en los altos de la plaza, en el coso, a Manuel Escribano le indultaban a su primer toro, Damasco, de Fuente Ymbro, un gran cinqueño para un gran torero. Pero no había cabestros, y el bueno, serio y elegante Cristóbal Cuartiche, se las vio y se las deseo para que el toro indultado dejara la plaza. Le ayudó desde las alturas, estaba en tribuna, el maestro Ruiz Miguel, que con un capote, sujeto desde arriba, indujo en el animal el deseo de volver al redil. Pero hete ahí que cuando suena el clarín para dar paso al toro que debía ser lidiado por David Galván, fue el indultado el que volvió a la plaza. La escena tuvo que volver a repetirse ante el asombro del personal que armado de paciencia, se vio recompensado por el buen comportamiento de ganado y lidiadores.

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