Gibraltar sin careta

Los políticos de la comarca se han puesto de perfil en todas las ocasiones y desde todas las perspectivas

Hora era ya de que desapareciera el disfraz de sociedad civil que la colonia militar de Gibraltar vestía desde tiempos inmemoriales. Los ciudadanos de esta sufrida comarca que prospera gracias a las iniciativas de los gobiernos del postfranquismo, entre 1965 y 1975, no han sido del todo conscientes del verdadero rostro de la Roca. Ni siquiera han considerado en todos sus términos cómo se apoderaron los ingleses y sus aliados del Peñón. No fue para ellos mucho más que un acto de guerra. Les pasó desapercibido que la plaza fuera tomada en nombre del Archiduque Carlos de Austria, aspirante a la corona de España, en el marco de la Guerra de Sucesión española, desarrollada a lo largo de la primera década del siglo XVIII.

Por mucho que hayamos unos pocos repetido los detalles del Tratado de Utrecht, denunciado los incumplimientos del Reino Unido, insistido en que no hubo cesión de soberanía y señalado con insistencia la naturaleza del conflicto, para el personal de a pie, Gibraltar no pasaba de ser un lugar en el que encontrar trabajo, burlar a la hacienda pública y practicar el contrabando de alto y de bajo registro.

Los políticos de la comarca se han puesto de perfil en todas las ocasiones y desde todas las perspectivas. En unos casos por la obediencia mal entendida a los próceres del partido y, en otros, por miedo a perder ascendencia sobre la masa de asalariados dependientes del pseudogobierno de una sociedad civil sometida a la autoridad militar de la potencia administradora. Añadamos la plebe de beneficiados por la fontanería de Convent Place y ya tenemos el cóctel que empieza a derretirse por mor del bréxit.

El conflicto de las aguas territoriales bajaría mucho de tono si no se permitiera invadir el espacio aéreo español y si se dejase de ofrecer el aeropuerto de Málaga como auxiliar del aeródromo militar de Gibraltar que, como es sabido, no cumple ni de lejos las condiciones de seguridad exigidas por la Aviación Civil europea. Ayudaría no poco también la revisión del buenismo de la izquierda y del vergonzante complejo de culpa de la derecha. La permisividad de las autoridades españolas, el silencio de los corderos y la tribu de mercenarios son los tres focos que han permitido la secular ocultación de los fines del enclave colonial, que amenaza ahora con convertirse en un conflicto paralelo y complementario al de Marruecos. Vamos a tener mucha necesidad de la Providencia en el futuro inmediato.

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