Evocando a Al Capone

Aunque con la hacienda pública no se juega, puede jugarse ‘ad libitum’ con los contribuyentes

Hace unos años, en la prestigiosa revista Historia, de National Geographic, se publicó una biografía del gánster italoamericano Al Capone, con la siguiente entradilla: “Probablemente el gánster más famoso de todos los tiempos, Al Capone, más conocido como Scarface, dominó los bajos fondos de Chicago durante años a base de sobornos y asesinatos. Al final, fue encarcelado acusado de evadir impuestos, y murió en su casa en 1947”. Son muchos los personajes que como Capone, viven cometiendo toda clase de gravísimas fechorías, sin que ninguno de sus crímenes sea el motivo, si procede, de su encarcelamiento. En algunos casos ni siquiera llegan a ser detenidos. Pocos serán quienes no han conocido o sabido de algún elemento perverso cuyas malas acciones han quedado impunes. La magnitud del delito es directamente proporcional a su dilución social; se debe, sobre todo, a que cuando se trata de algo grande hay tantos implicados y de tal importancia, que es mejor no meneallo.

Me he acordado de Capone y de otros personajes análogos en el ser y el discurrir, a propósito de la leyenda del beso, del beso de Luis Rubiales, presidente de la Real Federación Española de Fútbol, a una futbolista de élite, Jennifer Hermoso, en un gesto supuestamente espontáneo, generado en un ambiente de euforia tras la victoria de la selección nacional femenina en el reciente campeonato del mundo. La inestabilidad política del país con los dos grandes líderes envueltos en un manto de confusión mitad nonata mitad adquirida, la grave sequía que sufre España, la dimensión de los sectores sociales aquejados de importantes limitaciones y deficiencias o cualquiera de los numerosos asuntos que amenazan la paz y el bienestar de los españoles, incluso la importancia del mismísimo triunfo de la selección, han quedado momentáneamente relegados por la leyenda del beso, del beso de Rubiales.

Habría sido natural que la justicia hubiera acabado con Al Capone, por ejemplo, digo yo, a resultas de la matanza del día de San Valentín de 1929, “cuando Al Capone, el mafioso más famoso de la historia, consiguió deshacerse de su competencia, convirtiéndose en el líder del hampa en la ciudad”, según se lee en la revista citada. Pero no fue así; hubo que esperar a que pudiera demostrarse que hacía trampas con las cuentas que presentaba al fisco. Y es que aunque con la hacienda pública no se juega, puede jugarse ad libitum con los contribuyentes.

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