Ha llegado la temporada de caracoles. No llega el corredor ferroviario para el Puerto de Almería, mucho menos el AVE entre Sevilla y Huelva, pero no falla el soplo de costumbrismo que nos ofrece la cara más amable de la existencia, que no todo tiene que ser la tensión catalana, que para eso ya tendremos el domingo de precepto electoral. Celebramos una delicia al alcance de pocos porque en este tiempo de pospandemia son pocas las tabernas andaluzas donde se ofrecen estos suculentos moluscos con su vasito de caldo. Está en crisis la tapa, más aún la de unos caracoles con los que la faena del yantar necesariamente se demora. Exigen paciencia y serenidad. Y justo cuando se está delante de una tapa de caracoles es cuando se dan gracias al presidente Zapatero. Sí, no estamos borrachos. Porque los caracoles requieren la estrategia del achique de espacios que defendía aquel entrenador de fútbol argentino. Y justo en ese momento es cuando uno evoca que antes de Zapatero, ese avieso presidente, era un horror arrimarse a una barra y comer caracoles o cabrillas con tomate con los fumadores dando la brasa. Qué asco daba comer caracoles entre fumadores. Qué experiencia más desagradable. Al inductor e inspirador del sanchismo imperante tenemos que agradecer habernos librado de los fumadores en bares, tabernas, discotecas y todos los establecimientos, como hay que agradecerle la fundación de la Unidad Militar de Emergencias (UME), que fue una iniciativa muy importante de la que no puede haber un español que dude de su éxito. Es lo poco bueno que nos dejó, que no es poco. Y vamos a llevarnos bien cuando se comen caracoles, que es un momento de la existencia en la que se debe estar de muy buen humor, porque el buen humor es el lubricante de la existencia.

Gracias a Zapatero podemos estar acodados en la barra de un bar sin aguantar el humo de un cigarro, mucho más el pitillo volador en la mano de tipo aficionado a la gesticulación. Hay que estar agradecidos a Zapatero en estos momentos donde volvemos a comer caracoles en las barras pacientemente y con la perseverancia que el acto merece. Si tenemos que abogar por olvidar las maldades, apostar por la concordia y reconciliarnos con la clase política, nada como trabajar el caracol en la barra de un bar sin aguantar el pestazo de un cigarro. Gracias, presidente. Que no nos acusen de rencorosos, ni de polémicos estériles. Por culpa de Zapatero tenemos una España en discordia, dividida, enfrentada y crispada, pero gracias a su gestión disfrutamos de unas tabernas libres de humos. Y eso se agradece cuando hay que afrontar el acto íntimo de succionar los moluscos. Gracias, José Luis. Ni un español sin una tapa de caracoles para reconciliarse con el presidente del Gobierno que provocó un verdadero barro sucio del que sufrimos estos lodos en la política nacional. La cosa siempre va de cuernos. España, la nación de las cabezas que embisten en las barras de los bares, qué lugares.

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