De Antonio Carvajal Milena he aprendido que la lengua es una materia prima dúctil, maleable; que su cadencia determina una musicalidad en el uso artístico que es la trama de la Literatura; que a eso hay que añadirle pensamiento, compromiso y coherencia, incluyan los dramas y miserias personales (y las alegrías) que van a ir colocando el foco a las ideas... y quizá, sólo quizá, salga un autor, una autora que merezca la atención después de la ebullición que algunos se preocupan de encender tan bien en su presente diario.

No hace mucho que ha salido al mercado su Nos diferencia el cuerpo(Antología 1968-1922) en la colección de Cátedra Letras Hispánicas, esos libros negros en los que hemos estudiado los clásicos desde hace décadas; Carvajal ya era un clásico, esto le asoma a una ventana más de lectores que quizá ahora se acerquen a su obra. Yo me he encargado de la edición y selección, y de un prólogo que intenta ser una justificación de su valía desde lo literario, tal y como yo lo entiendo. Antonio nació en 1943, me pregunto a qué esperan las instituciones para reconocerle en vida la trascendencia de un trabajo que sobrepasa mucho el medio siglo de actividad, docente y poética, con un impacto innegable y con una ristra de estudiosos, de teóricas que no se azoran al decirle que es (el) Maestro entre los vivos; me canso ya de oír esto tantas veces.

Las candidaturas de los premios Princesa de Asturias, Cervantes, Reina Sofía, Luis de Góngora (si lo hubiere), etc., lloran deseando que Carvajal (no sólo él) los represente. Para eso se necesita la elevación de las mismas por parte de instituciones o personalidades relevantes, eso que llaman de reconocido prestigio... El famoseo, esa espiral injustificada que convierte a alguien en importante sin que nadie (ni siquiera el construido) sepa por qué, constituye hoy el objeto de estudio de las Facultades de Letras, cuyos ciclos literarios (inexistentes), sin público y con alumnado obligado que ya no lee, contribuyen a consolidar... sin base.

Ya es hora de que nombres como el del poeta legatario del Premio Nobel Aleixandre, Antonio Carvajal, reciban esos honores para que sientan que la sociedad les agradece el trabajo de una vida entera entregada a favorecer que otros crezcan más ricamente en algún sentido. Eso del post-mortem no es una gratitud, debemos premiar en vida, devolverles algo de lo que el sacrificio del estudio y el rigor suponen de ejemplo. Las universidades, la crítica, el profesorado, debería sentir la responsabilidad del fracaso colectivo que supone valorar minucias y pisotear el “trabajo gustoso” de nuestros clásicos vivos. Verdaderos patanes (hablo con ánimo de ofender) viven de algo que llaman Arte... me parece estupendo, lo que debe preocuparnos es que quienes lo son de verdad yazcan en el olvido, el abandono institucional, mientras la política sólo los usa si lampan por la miseria de su caridad. Yo no soy nadie; doctas y doctos: no hablen, hagan.

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